viernes, 13 de julio de 2012

La marea negra

      Aparecieron en la oscuridad de la noche que es tan suya, con las linternas encendidas como el primer día que bajaron al pozo. Llegaron cansados de andar pero con fuerzas para pelear y arropados por gente que hacia suyos sus problemas. Les abrazaron como si fueran de la familia, quizás porque lo eran o porque todos han dicho o han pensado en algún momento, que más dura es la mina. Y lo es.
     Amanecieron con la garganta ronca por pedir lo que es suyo, lo que les corresponde. Lucharon durante todo el día con pancartas para que se les escuche y no se les regañe por no haber sabido utilizar las subvenciones. Se pasearon por unas calles radiantes que les aplaudían aunque alguno hubiera gritado desde el altavoz del poder que eran unos terroristas y unos vándalos que pedían sin conocimiento, sin saber que el carbón ya no sirve, que es de otro siglo.
     Se sintieron queridos por la mayoría aunque alguno repitiera hasta la saciedad que cobran pensiones muy altas y desde muy jóvenes, desconociendo lo duro que es ser picador, allá en la mina y sin enterarse que hay una enfermedad que se llama silicosis que puede ser mortal y que en los últimos segundos de vida te asfixia y te hace buscar, pedir aire para respirar aunque estés atado a una bombona de oxigeno.  
     Recibieron respuesta de los que no pueden hacer nada y silencio y malas contestaciones de los que mueven los hilos. Los mineros no tienen bonus, ni acciones, sólo una nómina que algunos dicen que es demasiado alta pero que van a perder dentro de muy poco. Los que deben y pueden solucionarlo siguen callando o diciendo que la minería no es una pieza esencial de la Economía como son los Bancos y que eso es todo amigos, que el carbón es historia y el minero también, dignos de un museo. Museo que no visitarán jamás los que han visto subir de las entrañas de la tierra, a su padre tiznado de negro después de haber estado encerrado muchos días por luchar por lo que pensaba que era futuro y por un trabajo digno, aunque repetirán para que a nadie se le olvide, que el abuelo fue picador allá en la mina y que allí, quemó su vida. Para nada. Ya no hace falta.
     La marea negra se aleja de Madrid dejando un cielo gris con miles de partículas de carbón que se funden en el aire, donde aún suena el eco de un himno, de una Santa Bárbara bendita, cantada con voces rotas y sin esperanza. Todo vuelve a su sitio, al lugar que le corresponde, cada uno a su casa y a su rutina y el minero a la suya, a su pueblo sin futuro y a su pozo negro.
    
    



domingo, 8 de julio de 2012

Mariana se despide

     Cierra la puerta por última vez. Se va con lágrimas por estallar y cargada con una bolsa de plástico donde lleva la ropa de trabajo que ha usado durante dos años. Mariana sabe que no volverá nunca aunque le han dicho que cuando estén mejor las cosas pueden volver a llamarla. Mentiras para no herir demasiado, para no decir que no te quieren.
       Ha entregado las llaves a la señora, a la misma que creyó era casi su amiga, a la que le hizo un regalo en su cumpleaños. Es cierto que se ha portado bien conmigo, piensa, que cuando estuve mala con lo del pie me pagó todo el sueldo. Otras veces, sin embargo, sabe que se enfadaba porque no hacía lo que ella le decía y que pensaba que no estaba suficientemente limpio o mucho peor, que creía que era muy lenta.
     Tarda más de lo acostumbrado en llegar a la boca de metro donde hay un contenedor de basura y allí tira con rabia, la bolsa. Se acabó, no volverá a limpiar más casas donde te echan sin avisar, donde te engañan y te pagan menos de lo que te dijeron pero se siente mayor, se sabe mayor. Mariana intuye que no va a encontrar trabajo fácilmente, en cuanto la ven, le dicen que no. Sólo quieren chicas jóvenes que son rápidas y que no tienen papeles, que tienen prisa por marcharse a otra casa donde ganar más o trabajar menos. Ella no, quería a esa familia que ni siquiera se ha despedido de ella.
     Sabe que ha roto cosas pero tenían muchas, demasiadas. Reconoce que a veces se sentaba a descansar pero es que se levanta muy temprano y tantas escaleras la matan. Algunos días no hablaba y estaba enfadada recogiendo la ropa de los chicos pero es que hace dos años que no ve a sus hijos y aún no conoce a su nieta y la Navidad se le hizo muy dura y este verano que creía podría pagarles el billete para que vinieran a verla se ha quedado sin cobrar las vacaciones y no vendrán.
     Recorre con la mirada las estaciones que van pasando una tras otra hasta llegar a la suya. Veinte en total. Otro motivo para no disgustarse, estaba demasiado lejos. Intenta estar relajada, quiere llegar al piso compartido, lo mejor posible, su marido la estará esperando con la misma cara de pena que tiene desde que llegaron hace cinco años. No tiene trabajo, nadie quiere a un matemático que pasa de los cincuenta porque para pintar, conducir, llevar la carretilla o ser guardia de seguridad hay muchos y mas jóvenes. Mariana quiere ser optimista pero no la dejan.
     Sonríe al pensar que cuando se casaron soñaban con viajar y lo han conseguido pero a un precio que nunca quisieron pagar. Grecia fue el primer destino triste, luego una Italia próspera los abandonó, después una España que creyeron solucionaría su vida y que no les ha traido nada más que distancia. Hace muy poco en una noche en blanco como tantas otras, abrazados pensando en sus hijos y en lo que aún ellos necesitan, se imaginaron una Alemania que podría ser la solución pero ellos no saben alemán. Ellos ya no saben nada.
      Lo mejor será volver. Sin dinero, con mas años, sin poder echar una mano a sus hijos, pero volver. Su marido no quiere regresar como un fracasado aunque aquí ya nadie les ofrezca ilusión. Se irán. Está decidida. Volverán a su país, a su pueblo, al hospital donde trabajó tantos años, a conocer a su nieta, a poder vivir sin angustia, sin pena. Al final que me hayan echado ha sido lo mejor, se repite una y otra vez para poder convencerse. 
     Siempre le puso una sonrisa a la vida y muchas ganas y ahora no va a cambiar. Nadie va poder con ella, si no la quieren para trabajar porque es mayor, da igual, no la van a vencer. Ni una guerra pudo con ella.
     Mariana se va pero no está rota. 




lunes, 2 de julio de 2012

¿Y ahora qué?

     Las banderas siguen colgadas de las ventanas balanceándose de alegría por la gesta cumplida. La marea roja ya duerme sueños de aventura para la próxima vez. Las cámaras y los micrófonos se despiden hasta la próxima con el trabajo bien hecho y cada uno de nosotros felices porque lo conseguimos otra vez.
     Han sido días de ilusión y de aparcar problemas. Momentos en los que fuimos felices porque nos sentíamos fuertes. Minutos de gloria que hemos compartido entre los ratos de dureza que tenemos y tendremos. Durante casi un mes hemos superpuesto dos planos de nuestra misma realidad, algo bastante complicado pero que tal y cómo somos los españoles lo hemos podido conseguir como si fuera lo más fácil del mundo.
     En el momento que nos preparábamos a ganar a Portugal nos anunciaban en rueda de prensa que ya pagábamos los medicamentos y mientras Cristiano Ronaldo con cara de decepción proclamaba  a los cuatro vientos, una supuesta injusticia, nuestros jubilados contaban las recetas de las pastillas del colesterol que ya, sí, pagarán. Poco, dicen algunos. Los jubilados tan acostumbrados hacer cuentas aplaudían el penalti de Iniesta a la vez que sumaban lo que les costará su hipertensión. Madrugadas en las que soñábamos con darle un repaso a Italia, mientras que Rajoy y Monti hacían piña para hacerle frente a una Merkel invencible. Un acuerdo España-Italia para ganarle el partido a Alemania. Todo muy deportivo, muy futbolístico y muy de cambiarnos la vida, de alumbrárnosla o dejarla a media luz como hicimos el domingo cuando veíamos la final de la Eurocopa. Una final de sombras para Italia, de luces para España, pero de luces muy caras. No nos acordamos que mientras encendíamos el aire acondicionado para no sufrir mas calores que los indispensables, nos costaba mas caro que el día anterior, pero tal y como van las cosas, mucho menos que mañana.
     Cuando vencimos a Italia con ese inmisericorde 4-0 cantamos el Viva España y el Soy Español a voz en grito porque nos lo merecemos, porque jugamos bien y porque como yo, muchos hemos sufrido con la Selección lo indecible, eso sí, cuando no pasábamos de Cuartos todos vivíamos como si fuéramos ricos o al menos nos lo hacían creer con unas hipotecas que nunca terminaremos de pagar porque al españolito de La Roja no lo rescata nadie.
     Hemos realizado una hazaña casi igual que el aparcar en el centro de Madrid cuando saludábamos a los campeones en su paseo por las calles llenas de gente. Y no porque no hubiera plazas de aparcamiento, sino porque desde el mismo instante que pisó Iker La Cibeles, el parquímetro, costaba un diez por ciento más, no por culpa de nuestro capitán, claro, que para eso están los poderes municipales, para subir los impuestos cuando proceda. Aunque eso no es nada comparado con el transporte madrileño que muy pronto subirá por tercera vez en lo que va de año y tampoco nada que ver con el sacrificio que hoy mismo nos han pedido porque es momento de acelerar reformas. Cuando escuchamos cosas de ese calibre, rápidamente pensamos en el IVA subiendo como la espuma y las Comunidades Autónomas haciendo unos recortes para espantar al mas pintado. Pero como ha dicho el Rey, la Selección nos ha hecho muy felices. Y es verdad. Y les damos las gracias y a Del Bosque un montón, porque nos gusta ser español y el fútbol, pero ¿y mañana? ¿volveremos a la realidad de golpe?     
     Hemos ganado la Eurocopa, algo que nos resulta fantástico y de lo que nos sentimos orgullosos pero la luz ha subido, y el gas, y los mineros siguen con sus protestas y los parados tienen que hacer cola para renovar su tarjeta y los pensionistas  han oído que en Europa piden que recorten su sueldo, igual que a los funcionarios y al final con tanto superponer las dos realidades en estos días, me he hecho un lio y no dejo de darle vueltas a varios asuntos y tener algunas dudas en esta noche de victoria deportiva y de resaca de triunfo ¿le hemos metido un gol a la Merkel o lo hemos soñado? O mucho peor, con tanta euforia, lo que de verdad ha sucedido es que ¿nos han metido un gol en nuestra porteria?